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Blog: "Desde Santiago a Málaga: mi experiencia como Usachino en intercambio", en España

Hola, soy Benjamín Oyarzun Valdebenito, estudiante de Ingeniería Civil en Telemática. Cuando tomé la decisión de irme a estudiar a Málaga (España), sabía que iba a cambiar de universidad, pero no dimensionaba que también iba a cambiar de ritmo de vida, de dialecto y hasta de forma de ver mi carrera. Hoy estoy cursando la misma carrera, pero en la Universidad de Málaga (UMA), y en este texto quiero compartir mi experiencia, con la esperanza de que más usachinos/as se animen a dar este paso y vean el intercambio como una posibilidad real, más allá de los miedos o las dificultades.
Lo primero que me sorprendió al llegar fue el cambio de ritmo de vida. En Santiago estaba acostumbrado a correr por la ciudad, pasar más de una hora en el transporte público y no salir mucho de noche. En Málaga todo se siente distinto: la ciudad es más caminable, las distancias son más cortas y el ambiente es más relajado. Vivo a unos 20 minutos de la universidad, puedo ir al centro caminando en 15 minutos, llegar a la playa en 10 y dar paseos a altas horas de la noche sintiéndome seguro. Es cierto que en Santiago los buses son más frecuentes, pero acá mucha gente prefiere caminar 15 o 20 minutos y ya está en su destino. Al principio choca un poco este cambio, pero con los días vas entendiendo cómo funciona la vida en España.
Algo que marca mucho la experiencia es la gente de Málaga. Los malagueños, y en general los andaluces, suelen ser muy directos, hablan fuerte y dicen las cosas sin tanto rodeo. Al comienzo eso se puede interpretar como brusco, pero en realidad son personas muy cálidas y buenas: te ayudan cuando lo necesitas, se preocupan porque entiendas, se dan el tiempo para conversar y, si saben que eres de fuera, muchas veces se interesan por tu historia y por Chile. Entre su forma de hablar y los “ojú”, “illo”, “En plan” o “armao” que se escuchan en la calle, terminas sintiéndote parte del ambiente.
Actualmente vivo en un piso compartido con Antonio, un español que estudia un máster en la UMA, y Gabriela, estudiante de Trabajo Social de la Universidad de Valencia. Con ellos he podido generar una bonita amistad: compartimos comidas, salidas y también esos momentos de conversación tranquila que se dan en la cocina o el living después de un día largo. Encontré la habitación a través de Idealista, una aplicación muy utilizada en España para buscar arriendos, y tuve la suerte de dar con un lugar céntrico y a buen precio.
Mi consejo es que busquen alojamiento con la mayor anticipación posible: pueden revisar grupos de chilenos en Málaga, páginas de estudiantes o grupos de Facebook. Eso sí, hay que estar muy atentos a las estafas. En mi caso, preferí llegar a Málaga y cerrar el arriendo en persona, porque me daba más confianza ver el lugar con mis propios ojos y conocer a quienes serían mis futuros compañeros de piso.
En lo académico, las clases en la UMA son similares a lo que vivimos en la Usach, pero con una metodología que, en mi experiencia, tiende a ser más práctica que teórica. Por ejemplo, en una asignatura tengo solo una prueba que vale un 40% de la nota final, y el 60% restante corresponde a la parte práctica. En otra, trabajamos durante meses en un proyecto intensivo y solo rendimos una prueba al final. Esta forma de evaluación te mantiene más “en terreno” durante el semestre y te obliga a aplicar los contenidos continuamente. Mi horario no es perfecto, porque al tomar ramos de distintos semestres se me forman varias ventanas, pero aun así he podido equilibrar el estudio con la vida fuera de la universidad. Siempre logro hacerme tiempo para compartir con amistades, ir a la playa los fines de semana, salir de fiesta o simplemente caminar por la ciudad y disfrutar de lo bonita que es Málaga, especialmente al atardecer.
Sobre la alimentación, hay mucho por descubrir. En Andalucía se vive fuerte la cultura de las tapas, y mucha gente prefiere comer fuera en bares y restaurantes. Como Málaga es una ciudad muy turística, conviven muchas gastronomías: española, italiana, mexicana, marroquí, entre otras. En casi cualquier calle puedes encontrar locales donde venden jamón, bocatas y otros productos típicos. En mi caso, la mayor parte de las compras las hago en el Mercadona, un supermercado que considero completo y con buenos precios, y que además me queda a solo tres minutos caminando. Entre cocinar en casa y probar diferentes lugares, uno va encontrando el equilibrio entre cuidar el bolsillo y disfrutar de la comida local.
Aunque yo no tuve una barrera de idioma para venir a Málaga, sí me enfrenté a un dialecto distinto al que usamos en Chile. En Andalucía se utilizan expresiones y palabras que no siempre entendemos al principio, y su acento puede sonar muy rápido. A veces esto provoca malentendidos, pero con el tiempo uno se acostumbra. Algo que me gusta mucho es que, de cierta forma, el habla andaluza se siente familiar: omiten algunas letras y acentos de manera parecida a como lo hacemos en Chile. No es casualidad: históricamente, desde esta zona salieron muchas personas que colonizaron nuestro país, y esas huellas siguen presentes.
Mi consejo es sencillo: no se censuren por hablar “como chilenos”. Con el tiempo van a ir incorporando palabras y modismos locales, y en general la gente es muy comprensiva cuando se dan cuenta de que eres de fuera. Más que juzgarte, suelen tener curiosidad por aprender cómo hablamos nosotros.
Si tuviera que hacer un resumen de pros y contras de esta experiencia de intercambio, diría que:
- Entre los pros, destaco el crecimiento personal que implica vivir fuera, el tener que asumir nuevas responsabilidades, la posibilidad de crear redes internacionales, conocer distintas culturas y lugares, y aprender a valorar mucho más tu círculo cercano en Chile.
- Entre los contras o desafíos, está la diferencia horaria con Chile (actualmente son cuatro horas, y en algún momento fueron seis), lo que a veces complica coincidir con la familia y los amigos. También está la nostalgia, el hecho de que inevitablemente se gasta dinero y el proceso de adaptación académica y cultural, sobre todo durante las primeras semanas.
A pesar de no venir de una situación económica especialmente favorable, ni de tener un camino académico “perfecto”, igual pude llegar hasta aquí. Siempre fue un sueño para mí estudiar fuera de Chile y hoy lo estoy cumpliendo. Tuve que ahorrar durante un año para lograrlo y, aun habiendo reprobado Cálculo 3 varias veces, eso no me impidió tomar esta oportunidad. Por eso, si estás leyendo esto, te diría que no te limites solo porque sientes que tu situación económica o académica no es ideal: muchas de esas barreras se pueden trabajar y superar.
Quiero agradecer a Christian Fernández-Campusano, Héctor Kaschel Cárcamo y al director del DIE, Claudio Valencia Cordero, por la formación académica de excelencia, por incentivar al estudiantado a participar en estos programas y por el apoyo constante durante el proceso. También a mis compañeros ya egresados, Martín Burgos y Bárbara Vergara, quienes me acompañaron y animaron desde el principio a tomar esta decisión.
Sé que tomar esta decisión puede ser difícil por todo lo que implica, pero estoy convencido de que, en el futuro, miraré hacia atrás y recordaré estos momentos como una de las etapas más valiosas de mi vida. Y ojalá tú, que estás leyendo esto, también te animes a vivir tu propia experiencia en el extranjero.
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