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Blog: "Nueva experiencia, nuevo crecer", en Argentina

Hola, mi nombre es Arturo Pizarro Quiroz, estudio Diseño Industrial y este semestre realicé mi intercambio en Argentina. Llegar a un nuevo país siempre es una mezcla de emociones como curiosidad, entusiasmo, nervios y muchísima duda. Cuando inicié mi viaje desde Santiago de Chile hacia Mendoza, Argentina, para realizar mi intercambio en la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO), sabía que me esperaba una experiencia bastante interesante. Sin embargo, no imaginaba cuanto este lugar y su gente me harían replantear la manera en que entiendo la convivencia, el ritmo de vida y la adaptación cultural.
Una de las primeras cosas que comprendí al llegar fue que conocer un lugar va mucho más allá de recorrer sus calles o visitar sus puntos turísticos. Se trata de entender su ritmo, sus costumbres y, sobre todo, a las personas que lo habitan. Pero conocer desde el desconocimiento no es fácil, uno llega con su propio marco de referencia, con ideas y hábitos que a veces chocan con los del nuevo entorno. Por eso, considero que la mejor forma de adaptarse es socializar, entre eso es conversar con quienes viven aquí, compartir momentos cotidianos, escuchar sus historias y aprender de sus formas de ver la vida.
En mi caso, entrar en contacto con estudiantes de Mendoza fue una de las experiencias más enriquecedoras. Gracias a ellos pude entender cómo funciona la ciudad, qué lugares son más seguros, cuáles son los horarios convenientes para moverse y hasta qué costumbres locales vale la pena adoptar. Socializar no solo te ayuda a orientarte, sino que también te permite construir una red de apoyo, grandes amistades e incluso como yo.
Una parte fundamental de la experiencia fue conocer a otros estudiantes de intercambio. Todos estamos en la misma situación, lejos de casa, enfrentando lo desconocido y aprendiendo a movernos en un entorno nuevo. Con ellos compartimos clases, salidas, comidas y conversaciones que terminan convirtiéndose en parte esencial del aprendizaje. Explorar Mendoza acompañado de otros intercambistas convierte cada experiencia en algo colectivo. Juntos se aprende y se disfruta. Es una forma de construir memorias compartidas, de crear una pequeña comunidad que trasciende las fronteras. Esa mezcla de culturas, acentos y costumbres enriquece mucho el conocimiento, desde las conversaciones más simples hasta la forma en que percibes el mundo.
Uno de los aspectos que más me sorprendió al llegar a la UNCUYO fue su estructura académica. En Chile, las asignaturas suelen ser semestrales; es decir, cada seis meses se renuevan las materias. Sin embargo, en Mendoza muchas son anuales, lo que implica una forma de trabajo completamente diferente, donde uno como intercambista debe adaptarse.
Esta modalidad requiere una organización un poco diferente, ya que, si uno llega en el 2do semestre como yo, debe aprender el doble de rápido el contenido para así lograr tener el ritmo y conocimientos que los estudiantes de Mendoza aprendieron en el 1er semestre. Esa diferencia académica me hizo reflexionar sobre cómo el sistema educativo también refleja la cultura de cada lugar, en Mendoza, donde todo parece fluir con un ritmo más tranquilo, la educación también sigue ese compás.
Otra gran lección del intercambio fue vivir solo. Para mí de hecho, era la primera vez que lo hacía, sin familia, sin conocidos, y en un país diferente. Al principio, la idea resultaba tan emocionante como desafiante. Buscar alojamiento fue todo un proceso, desde entender las zonas de la ciudad, los precios, los servicios incluidos y las distancias a la universidad, hasta aprender detalles que en casa no te preocupan, cómo cocinar en horarios más acotados, limpiar constantemente o por ejemplo en una residencia compartida el tener que adaptarse con personas desconocidas.
Vivir solo te enseña una independencia que va mucho más allá de lo práctico. Aprendes a escucharte, a organizarte y a equilibrar tus responsabilidades con tu bienestar emocional. En ocasiones se siente la soledad, pero también aparecen momentos de enorme satisfacción como decorar tu habitación a tu gusto o simplemente saber que eres capaz de sostener tu rutina.
Más allá de lo académico y lo personal, vivir en otro país está lleno de pequeños choques culturales. Uno de los más curiosos fue la siesta, en Chile es una tradición más doméstica o familiar, pero aquí tiene casi un carácter institucional. Entre las dos y las cinco de la tarde, gran parte de los comercios y oficinas cierran completamente. Es un momento de descanso respetado por la mayoría, y eso cambia por completo la manera de organizar la jornada. Al principio me frustraba salir a comprar y encontrar todo cerrado, pero con el tiempo aprendí a acomodarme a ese periodo. También me sorprendió que muchos locales cierran temprano, lo que obliga a planificar bien la tarde. Esa organización del tiempo, tan distinta a la de Santiago, refleja un modo de vida más relajado.
Otro aspecto fascinante de Mendoza es su entorno natural. Aquí conocí el Zonda, un viento cálido y fuerte que desciende desde la cordillera y puede alterar la rutina diaria. Durante el Zonda, el aire se llena de polvo y la visibilidad se reduce; incluso se suspenden clases o cierran locales por seguridad. La primera vez que lo viví quedé sorprendido por su intensidad. No solo afecta físicamente, levantando hojas y tierra, también puede llevar enfermedades. Es una muestra más de cómo la naturaleza influye directamente en la vida cotidiana mendocina, recordándonos lo cerca que está la ciudad de la cordillera.
Si tuviera que definir la vida mendocina en una palabra, sería tranquilidad. Aquí la gente parece vivir sin apuro. No corren, o al menos no tanto. Todo tiene su tiempo, desde el café, o bueno, el mate, en la mañana hasta el cierre de los negocios al atardecer. Para quienes venimos de una ciudad acelerada como Santiago, esa calma puede parecer desconcertante al principio, pero luego se transforma en una forma de bienestar.
Caminar por las calles arboladas, ver a las personas reunidas tomando mate o disfrutar de los parques se convierten en pequeños rituales que te conectan con el lugar. Mendoza enseña a bajar el ritmo, a disfrutar de lo cotidiano y a valorar la tranquilidad como parte del aprendizaje.
Vivir en Mendoza fue más que un intercambio, es una experiencia de autoconocimiento y adaptación. He aprendido a organizarme con un sistema educativo distinto, a convivir con culturas diversas, a enfrentar la independencia y a descubrir la belleza de lo simple. Cada costumbre nueva, cada conversación y cada diferencia cultural me ha ayudado a crecer y a hacer crecer mis conocimientos sociales y profesionales.
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